EL VAGON
Parpadeó. Alzó la cabeza y volvió a parpadear varias veces, miró sus manos temblorosas. Estaba solo en aquella penumbra. No lograba escuchar nada, solo su lenta y prolongada respiración. En un principio pensó estar muerto, pues no tenía pulso, hasta que pudo percibir un apenado y débil sonido en la muñeca de su mano izquierda.
Se dio cuenta, después de checar sus signos vitales, que se encontraba en un vagón de pasajeros, el vagón de un tren viejo y olvidado; estancado, al parecer, años en los linderos del desierto y casi a la orilla de la playa. No podía ver más allá del lugar donde se encontraba, era de noche, pero al rayar el alba pudo vislumbrar mejor. Vio a una señorita sentada en los primeros asientos del bagón, parecía estar dormida muy profundamente.
Se quedó un rato sentado, con los ojos abiertos, sentía los párpados tan inflamados cada vez que pestañeaba como si hubieran estado abiertos por un largo periodo de tiempo. Intentó recordar de dónde, cómo y porqué había llegado ahí. Solo recordaba que si nombre era Jorge, Jorge U.
Cuando el sol salió en todo su esplendor, se estiró y bostezó de una manera muy ruidosa, tratando de despertar a aquella señorita de unos asientos adelante. Ella seguía inmóvil. Su cabello era largo y brillante como una cascada en un día soleado de verano. Después de intentar todas las formas posibles de despertarla ruidosamente, tomó todo el valor que tenía y se propuso ir a saludarla. Suspiró, alzó de nuevo su cabeza y se intentó levantar. El único inconveniente que se interpuso entre su deseo y el cumplirlo fueron sus piernas entumecidas, dormidas por el tiempo. Trató de moverse, pero apenas si las lograba sentir, las golpeó y poco a poco comenzó el cosquilleo. Después de largo rato de batallar, sintió que podía dar unos pasos; retomó el valor, con su frente en alto se levantó y dio los primeros pasos lo mas sigiloso posible. Sin embargo sus piernas seguían algo torpes y era imposible no hacer ruido, a cada paso que daba sus botas resonaban por todo el vagón.
Esto es solo el incio de 14 páginas del mejor y único cuento que he escrito. Una tragicomedia (mas tragedia que comedia) de ciencia fixión. Pronto en un blog cercano o en el salon 121, HUM, UABC.
Se dio cuenta, después de checar sus signos vitales, que se encontraba en un vagón de pasajeros, el vagón de un tren viejo y olvidado; estancado, al parecer, años en los linderos del desierto y casi a la orilla de la playa. No podía ver más allá del lugar donde se encontraba, era de noche, pero al rayar el alba pudo vislumbrar mejor. Vio a una señorita sentada en los primeros asientos del bagón, parecía estar dormida muy profundamente.
Se quedó un rato sentado, con los ojos abiertos, sentía los párpados tan inflamados cada vez que pestañeaba como si hubieran estado abiertos por un largo periodo de tiempo. Intentó recordar de dónde, cómo y porqué había llegado ahí. Solo recordaba que si nombre era Jorge, Jorge U.
Cuando el sol salió en todo su esplendor, se estiró y bostezó de una manera muy ruidosa, tratando de despertar a aquella señorita de unos asientos adelante. Ella seguía inmóvil. Su cabello era largo y brillante como una cascada en un día soleado de verano. Después de intentar todas las formas posibles de despertarla ruidosamente, tomó todo el valor que tenía y se propuso ir a saludarla. Suspiró, alzó de nuevo su cabeza y se intentó levantar. El único inconveniente que se interpuso entre su deseo y el cumplirlo fueron sus piernas entumecidas, dormidas por el tiempo. Trató de moverse, pero apenas si las lograba sentir, las golpeó y poco a poco comenzó el cosquilleo. Después de largo rato de batallar, sintió que podía dar unos pasos; retomó el valor, con su frente en alto se levantó y dio los primeros pasos lo mas sigiloso posible. Sin embargo sus piernas seguían algo torpes y era imposible no hacer ruido, a cada paso que daba sus botas resonaban por todo el vagón.
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