LA VIDA ME HA ENSEÑADO
La vida me ha enseñado a no resistir el cambio, sino a ponerle la mejor cara posible. Pero también que el dolor muchas veces significa dolor, inseguridad, incertidumbre. Me gustaría llorar más, pero ya no puedo. Mi cruda emocional me ha dejado seco, sin palabras, sin llanto tangible, solo con un dolor tanto en la cabeza como en el corazón. Aparente paz, como la tranquilidad antes de la tormenta real, como el silencio antes del tsunatmi. Esta semana comprobé que las calamidades se llaman, se unen, se alinean como nubes cargadas de lluvia. Espinas que duelen y cuando las sacas te desangran. Preocupaciones con altavoces gritando el futuro, miedo indignado, coraje y decepción. Cucharadas amargas de dolor para madurar, para recordarte que no eres especial. Los sueños se van en el tren de las tres y la música no para mientras los ves despedirse. Se llevan todo con ellos, las ganas, la cordura, la libertad. Estabilidad. Ese tipo de estabilidad que existe en el fondo, donde ya no hay mas, donde no se puede salir o así parece, donde no hay atrás ni delante solo pequeñas ventanas, envidia, porqués, reclamos y más lluvia. Ahora mas que nunca servirá la mascara sonriente, ahora no solo servirá afuera, también adentro. Ahora la llevare siempre. Ahora será más cara que otra cosa. Los hilos del mundo se rompen, y otra vez se destrozan los universos. Duele. Duele mucho. El corazón, pobre corazón solo quiero regresar, quiere detener, quiere mantener, es una falacia. Pero, la vida misma es una falacia. La vida me ha enseñado a no confiar en nadie y me lo recuerda cada vez que pretendo olvidarlo.
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